domingo, 17 de diciembre de 2006

Bienvenidos al Hicaco






Santiago de Veraguas (Panamá). En plena era de la globalización, la historia de la costa pacífica de la región de Veraguas en Panamá, no es muy distinta a la que puede contarse de muchas otras zonas del mundo. Pero no por eso hay que dejar de contarla. Sobre todo porque se habla mucho de la globalización, pero pocas veces se tienen evidencias concretas de los cambios que este proceso provoca en las regiones y poblaciones más remotas de la tierra. Los académicos de hoy se enfrascan en innumerables discusiones abstractas para describir qué es la globalización, pero lo que acontece en estos momentos en pueblos como El Hicaco es un ejemplo empírico perfecto de cómo en la sociedad del S.XXI chocan, se confunden, se entrelazan y, a veces, se solapan los ámbitos de lo global y lo local.
En este mundo no se puede decir que algo es categóricamente bueno o malo. Pese a que en estos días abundan las percepciones maniqueas, nada es perfectamente blanco o negro. Un proceso socio-económico tan complejo como la globalización no se puede clasificar de forma tajante como favorable o desfavorable. La globalización tiene sus lados positivos y sus lados negativos, y eso se aprecia al llegar a la costa pacífica de Veraguas, en Panamá. Una de las regiones del mundo más ricas en fauna y flora. Hicaco, un pueblo que brinda un ecosistema variado y, en sus quebradas, hasta el mismo día de hoy, se pueden encontrar pepitas de oro. Además es un pueblo de Veraguas que da a los dos océanos y su historia está llena de anécdotas, ya que Colón llegó allí en su cuarto viaje. La ciudad de El Hicaco, en el interior de la región, fue el primer centro de catequización de la época colonial y, en sus montañas, el jefe indio Urracá resistió durante décadas las acometidas de los conquistadores españoles, ávidos por llegar cuanto antes a las minas de oro de la zona. este pueblo de Veraguas es un auténtico paraíso terrenal que, por su inaccesibilidad, se ha mantenido casi virgen y al margen de la inevitable erosión que provoca en todas partes la actividad del hombre, principalmente cuando una zona se explota de manera incontrolada para el turismo de masas, como es el caso de Bocas del Toro, también en Panamá. Hasta hace poco, el viajero tardaba cerca de 4 horas en llegar desde Santiago, la capital de Veraguas, hasta El Hicaco. El último tramo del viaje, además, era sobre carreteras de tierra, muy angostas para circular, y en invierno, casi intransitables, por convertirse en auténticos riachuelos sólo franqueables por los 4x4. Por lo general, la población de la zona y, en particular, la de El Hicaco ha vivido desde tiempos remotos de la pesca, y en un ambiente muy rural y tradicional, con muy pocos recursos. Salvo la llegada de algunos avances como el motor y la electricidad, el día a día en Hicaco no sufrió grandes cambios. Hasta que a principios de los años 70 varios surfers panameños con contactos en California, como Ricardo Icaza Punky y Jim Huerbsch Jimbo, entre otros, descubrieron la excelente ola que había en la punta de el Hicaco colindante con Santa Catalina y todo empezó a cambiar. A partir de ahí empezaría el flujo, primero a cuentagotas, y después ya de una manera regular, de corredores de olas nacionales y extranjeros a la zona, aunque Hicaco, por su inaccesibilidad, siguió siendo durante décadas un destino para un turismo muy minoritario y especializado, formado por surfers en busca de olas salvajes, viajeros sin rumbo ni norte, y personas interesadas en el buceo y la pesca deportiva.

Sin embargo, esta pequeña presencia foránea no alteró en demasía la vida en el pueblo. Los hombres salían a faenar por las mañanas, para pasar las tardes en la cantina, y las mujeres se dedicaban a las labores del hogar y a cuidar a los hijos. Pero, a finales de los años 90, el velero de John Linn se averió accidentalmente cerca de Bahía Honda y este intrépido estadounidense, un agente de la industria petrolífera que recorrió medio mundo, se enamoró locamente de la zona. En sus palabras: "Nada en el mundo es comparable a Hicaco".
Junto con otro socio francés, Linn, que ya había vivido en Asia, África y otras partes de América, se dio cuenta rápidamente del potencial turístico que tenía el área y empezó a comprar terreno próximo o cercano a la costa. Los terrenos de la Isla de Coiba ya no se podían comprar, porque la Agencia de Cooperación Española, aprendida la lección del desastre ambiental de la costa mediterránea española, urgió al Gobierno de Panamá para que considerase la zona parque natural, y así se hizo en 1991. Pero, si no se podía conseguir Coiba, Linn al menos tenía que asegurar la costa más próxima a "la joya de Panamá", como la definió Mali-Mali, un indígena de la tribu de los Kuna Yala que ahora es guardia forestal en la isla.
Experimentado viajero y hombre de mucho mundo, John Linn no llamó mucho la atención al principio. De manera hábil y astuta, el estadounidense fue comprando terreno a precio módico, para una mente del primer mundo, y a precio caro, para una mente local. La gente del pueblo empezó a vender sus tierras a John, el gringo, porque, en principio, no parecía mala gente (estaba enamorado del sitio) y, además, pagaba bien. Como comenta él mismo, John Linn rompió el mercado de Hicaco y alrededores. En pocos años, se había hecho con una buena parte de los terrenos de la costa y los precios por metro cuadrado de tierra habían subido enormemente. Por lo demás, Linn cambió también las formas de hacer contratos. "El indio estaba acostumbrado a vender su tierra dos o tres veces o a vender primero la tierra, después la casa, después los muebles y después los utensilios… pero eso conmigo se acabó, una vez que firmas el contrato de venta y entregas los planos, lo vendes todo", afirma. Pero regresando al tema turistico El Hicaco

por su riqueza vegetal y marina, por sus bellísimas playas de arena fina y blanca, por sus vistas excepcionales desde los diversos miradores, por los pozos termales y por la presencia de animales difíciles de avistar por el ser humano como monos, venados, cocodrilos, delfines, tiburones y ballenas en un hábitat casi virgen, este pueblo merece sin lugar a dudas una visita. Los espectaculares paisajes y la tranquilidad de este lo convierten en uno de los últimos paraísos ecológicos del mundo. La manera más rápida para llegar a El Hicaco es por carretera. En este pueblo hay varios locales que se dedican a llevar a gente en lancha a todos los lugares aledaños con fines turisticos. Estas personas tienen casi siempre posibilidades de alojamiento por la poca afluencia de público, con lo cual el visitante puede disfrutar de este paraíso el tiempo que quiera. Sólo tiene que pagar 10 dólares por anclar el bote, 30 por alojamiento y hospedaje. Estar en El Hicaco es como estar en el paraíso¡¡¡

1 comentario:

HEYDY dijo...

hola¡ espero que al leer y ver toda la informaciòn que tiene la página se animen a visitar este pueblo tan lindo y hermozo, para que observen ustedes mismos la riqueza natural con la que cuenta este pequeño pueblo.

chaooooooooooooooo